martes, 18 de octubre de 2011

El fabuloso mundo del supermercado

Si es que ¡me encanta ir al supermercado! Ya desde que entras por esas puertas automáticas que se abren cuando quieren y se cierran justo para rebanarte la retaguardia, ¿qué mejor ayuda para mantener el tipo? Y que sensación tan divina la de saber que tras pasar la puerta los chorrazos del aire te dejarán la melena cual loca que se seca el pelo en un túnel de lavado mientras agarras una cestita de esas tan monas. Y que me decís de ese desfile glamuroso entre los estantes de los productos tirando de una cesta a la que no le funciona bien el asa extensible y te obliga a caminar cual Jorobado de Notre Damme mientras luchas por arrastrarla con algo de dignidad porque ya sabemos que las ruedas son de adorno y ahí vas tú anunciando tu llegada a la zona de congelados con el ruido tan maravilloso que hace tu cesta al arrastrarse. Adoro la sección de la frutería, donde tienes que luchar para hacerte un hueco y meter la mano entre las agentes en misión escoger los mejores tomates ANTES que las demás para agarrar como puedas, casi siempre al tacto porque entre tanto agente no puedes ver, unos míseros tomates. Aunque esa experiencia de estar media hora tratando de despegar la bolsita transparente para meter las zanahorias no tiene precio. Ni que decir que cuando por fin la tienes abierta te viene la de la sección y te recuerda amablemente que te vas a tirar otra hora tratando de abrir el guante que hace juego con tu bolsita para no contaminar esa fruta tan “100% natural” que brilla tan “naturalmente” cual bombilla por las toneladas de cera tan “natural” que le untan para hacerlas más apetecibles. Oooh y esa sección de charcutería donde ponen tantos productos encima del mostrador y colgando del techo que a menos que te enfundes unos taconazos de 10 cm nunca conseguirás saber qué cara tiene esa voz que sale de entre las morcillas que te muestra, como manda el protocolo, el jamón que te vas a llevar aunque tú entre tanta carne embutida no puedes distinguir nada pero dices “mmm que pinta” para no parecer tonta. Y ese momentazo en el que preguntas en la sección de carnicería quién es la última y se monta la tercera Guerra Mundial porque no sabías que ya había un conflicto armado por el puesto número 4 y acabas pidiendo las pechugas fileteadas en medio de un combate a muerte donde la que gana se lleva un paquete de leche desnatada de seis unidades gratis.

Lo mejor viene cuando ya estas enfilando la caja y ves que sólo tienes 2 delante, te sientes pletórica por tu suerte que no te hará estar esperando infinitamente a que te cobren, y en ese momento te adelanta una señora conduciendo su carrito cual Alonso en el Premio de Malasia, te mete un adelantazo mientras se lleva media sección de cereales y tu ya piensas que en cualquier momento van a sacar el Safety Car y te van a tener dando vueltas sin parar por el super. En fin, que tras una larga espera, por fin llega tu turno en caja, y entre que pones los productos en la cinta y la cajera los pasa cual posesa delante del láser al ritmo del chunda chunda que suena de fondo te grita el precio antes de que le puedas enseñar la tarjeta de cliente y el cupón de descuento y te suelta un “lo siento, habérmelo sacado antes” y se queda tan pichi. Entonces le pagas y empiezas a meter tus productos en las bolsas que se abren taan fácilmente, la tía te mete el vuelto en la bolsa entre los huevos y las acelgas y comienza a echarte los productos de la siguiente encima que te entra el estrés del siglo abriendo bolsas de plástico cual posesa mientras te secan el pelo los clientes que van entrando por las puertas automáticas. ¡Me encanta ir al supermercado!




F.

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