domingo, 26 de agosto de 2012

Difícil


Hacer surf conlleva ser la reina del mambo porque no somos muchas las féminas sobre una tabla y las pocas que hay llevan al maromo surfista incorporado. Lo bueno que tiene el ir sola a pillar olas es que los chicos son muy majos. Además está del subidón de montarte en una ola o la paz que da estar sentada en tu tabla disfrutando de un paisaje maravilloso, con vista muy mejorada por la cantidad de guapetones que te rodean. Es algo típico que cuando hay racha sin olas la cosa se tranquiliza, el ambiente se relaja y la situación suscita la conversación. Estar vigilando el mar de reojo para estar al loro en caso de que las olas regresen y a la vez hablar como si estuvieras en una terraza tomándote unas cañas es complicado. Si resulta que conversas con un maromazo allí estás tú de lo más favorecida con un traje que te marca todo lo marcable, la cara sin gota de maquillaje, roja por el ejercicio y despeinada como nunca, vamos, hecha un Cristo. Es un milagro que el maromo te encuentre atractiva y te dé conversación varios días seguidos. Recientemente ha pasado el milagro y un guapetón rubiales que creo que debe estar cegarato me está dando palique en alta mar desde hace unos días  y no sabe que habla con una ojerosa con pelos de loca y cara de agotada después de jornada estresante. La cosa se va animando y nos vamos conociendo mejor … estamos en ese momento en el que la situación pide quedada para tomarse un algo en el mundo real con ropa decente y no con pinta de superhéroes con mallas ajustadas en tablas que vuelan sobre el agua. Que sepáis que es imposible quedar con alguien en medio del mar llevando nada más que un traje de neopreno y una tabla… sólo tienes tu memoria, que en mi caso no es buena, para acordarte de nueve números mágicos y poder escribirlos al salir del agua para llamar al maromo y quedar para un café. Así que ahora ando atiborrándome a complejos vitamínicos para la memoria y así cuando  se suscite el momento “tranquilo que memorizo yo tu número guapetón que tengo buena memoria” consiga recordar esos 9 números de la suerte y a ver qué pasa…

martes, 14 de agosto de 2012

Los bostezos de Paco…


Conocí a Paco Siñeriz por motivos de trabajo. Telefónicamente concertamos una cita para comer y así tratar un asunto comercial. Nada más presentarnos en el restaurante (sólo habíamos hablado telefónicamente), Paco emitió un bostezo grande y sonoro que apaciguó tapándose la boca. Después de ordenar el menú al camarero, comentaba yo mis ideas sobre el proyecto de trabajo cuando mi oyente, por tercera vez, emitió un contundente bostezo, y fue en ese  momento cuando empecé a preguntarme y responderme mentalmente… este tipo se habrá corrido una juerga brutal y vino a la entrevista sin pegar ojo, o no entiende nada de lo que le digo, o no le interesa un comino mis propuestas…

Durante la comida Paco siguió en su trece… y ya había llamado la atención de casi todos los comensales a nuestro alrededor. En otra furibunda apertura de mandíbulas, cual hipopótamo de La sabana, logré divisar en su boca algún trozo de carne a medias de masticar y también algún premolar con necesidad de pasar urgentemente por las manos de un profesional odontólogo.
Por un momento tuve miedo, ya que pensé que en una de esas aperturas de boca increíbles, Paco se dislocaría los huesos de la quijada.
Sentí rabia e impotencia cuando me vi irremediablemente contagiado en la acción incontrolada de abrir la boca, para realizar una inspiración profunda a la que sigue una espiración de algo menos de lo inhalado…
También tuve la tentación de cronometrar sus bostezos y deducir su frecuencia e intervalo en un espacio de tiempo.

Ya podía imaginarme, con todo lujo de detalles, a Paco la noche anterior en la verbena de cualquier pueblo en fiestas (en estas fechas muchos pueblos de toda la geografía española celebran con luz y sonido sus fiestas patronales). Lo “veía” claramente delante de la orquesta, sosteniendo un cubata, moviéndose torpemente al ritmo de la música y sobre todo embelezado con la cantante de la orquesta.
Llegamos a los postres y mi curiosidad e incredulidad (más o menos a partes iguales), estaban casi al límite. Pedí la cuenta y pagué en el mismo acto. Salimos del comedor sin esperar el cambio. Nos despedimos sin concretar negocio o futuro encuentro.
Todavía aturdido por esta singular reunión  de trabajo empecé a caminar sin rumbo…
Me siento cansado. Tengo ganas de bostezar.
No puede ser!!!
Uuaaaaahhh…

M.